"En el extremo sur se hallaba un montículo cubierto de árboles, ya altos y muy verdes". Así describe Forestier al hoy conocido como Monte Gurugú, en alusión al monte marroquí del mismo nombre. Esta estructura existía pues en el jardín diseñado por Lecolant para los duques de Montpensier, un jardín ideado según los patrones del romanticismo y del estilo inglés, muy del gusto de la segunda mitad del siglo XIX, caracterizado por su aspecto boscoso y por el que se repartían ámbitos de aspecto intencionadamente rústico, como lo es este montículo artificial. En tiempos de los Montpensier, este macizo cubierto de vegetación y de grandes pinos añejos estuvo ya coronado por un templete metálico similar al actual, entones decorado con lápidas y posiblemente otros restos arqueológicos, como si el monte fuera la ruina de una antigua construcción devorada por el paso del tiempo. Sus cascadas y grutas aumentan el pintoresquismo de este entorno típicamente romántico, destinado a despertar la emotividad del visitante.
Forestier decide conservar, acondicionar e integrar en su diseño del parque esta singular estructura. En su presencia, es posible evocar esas grutas misteriosas y de carácter esotérico existentes en los jardines manieristas, de las cuales hay en Sevilla un ejemplo en el llamado Monte Parnaso del Real Alcázar. Del mismo modo, en la cascada de agua que ruidosamente desciende rodeada de verdor desde lo alto del montículo, revive el recuerdo de otro entorno mágico del que Forestier pudo gozar en sus viajes por Andalucía, la Escalera del Agua del Generalife granadino. El Gurugú así visto acerca una vez más al Parque de María Luisa al legado de la jardinería andalusí, caracterizada por la recreación en los juegos de agua y la vegetación exuberante, auténtica prefiguración del paraíso en la Tierra.